viernes, 20 de enero de 2006

Prólogo

Antes de comenzar a narrar mis descubrimientos acerca de lo que la alquimia ha hecho para despabilar mi ceguera, me permito comunicarles el nombre que erróneamente le he colocado a estos escritos de locura. El verdadero nombre que le he otorgado a esta parte de mis cuentos, el cual cambié debido a su extensión, es Como convertir una Venus de mármol en oro.
No ha sido una decisión únicamente mía, sino de un duende verde al que, de paso, junto a las raíces de su casa, he encontrado.
Al verle pensé que él podría ayudarme, creyendo que conocía esa fórmula especial que ninguna bruja esotérica me ha podido dar. Me ha oído, desconcertado que le hiciera una pregunta que ya, desde hace un par de décadas, nadie le había hecho. El último que le hizo esa pregunta, según me comentó, fue un hippie de rostro barbado y ojos grises. Sus ojos se alumbraron recordando como eran esos años en los que muchos se juntaban a su alrededor y le oían para aprender la magia de la cual era dichoso como encantamiento del dolor.
Y según decía, esas hormigas devoraron no solo sus palabras, sino también su hogar, y por eso tubo que huir hasta donde lo encuentro hoy, porque también a él lo iban a tragar como serpientes insaciables del desierto. ¡Cuánto esperaba que algún perdido le cuestionara de algo de lo que conoció! ¡Cuánto tiempo había pasado para que la incógnita volviera!. Pero no la tenía, ni la respuesta, ni un dato, la había perdido, al igual que muchos de los secretos que poseía. No porque le robasen, no porque les olvidase, sino porque un día le contaron que para tener la felicidad era necesario despojarse de todo lo que poseía. Y como era de suponer, su ambición le hizo recapacitar y acordarse que no existe tesoro más grande que ese. Así, entregó sus tesoros sin prerrogativas ni llanto, prefiriendo vivir como un ser casi ignorante de lo que pasaba a su alrededor, porque sus tesoros y la sabiduría que poseía lo volvieron apático y frívolo. Solo, sin nada con lo cual sobrevivir se entregó al pensamiento, descubriendo con el asombro y la curiosidad cosas que no conocía y por primera vez sintió como sienten el aire y el viento que cubren la tierra, viento que todo lo recorre y aire que todo palpa y siente.
No pudo responder. Pero me indicó que había una ciencia perdida, la alquimia, que solo buscaba convertir la dura piedra en oro, era eso lo que yo deseaba.